Yo, Jacobo… POR: MARCIANO DOVALINA
Yo, Jacobo, soy el eco de una pregunta que nadie quiere responder del todo. Fui carne, hueso y mente; Ahora soy pensamiento, vibración y misterio. Me busqué en las selvas y desiertos, en los ojos profundos de los chamanes y en los laberintos de mi propia conciencia, porque siempre supe que la realidad era más que esta cárcel de formas y tiempo.
Soy el viajero que desdibujó fronteras entre lo tangible y lo invisible. En cada palabra que escribí, dejé un mapa hacia lo inexplorado, pero pocos se atrevieron a seguirlo.
Mi Teoría Sintérgica no era un capricho: era un espejo, un puente, una llave. En ella descubrí lo que siempre estuvo frente a nosotros: que existe un campo universal de conciencia, un tejido invisible donde cada pensamiento, cada emoción y cada percepción son hebras que tejen la realidad. No es la mente la que traduce la realidad, sino la que la crea. ¿Acaso no lo sintieron? En cada respiro está la conexión con ese infinito campo sintérgico.
Escribí Los Chamanes de México para registrar lo que las palabras apenas podían contener: los secretos de María Sabina y otros maestros que eran custodios del tejido de la existencia. Ellos sabían lo que yo apenas empezaba a comprender: que la conciencia no tiene límites y que en los estados ampliados de percepción se puede tocar el campo mismo donde todo ocurre. Esos libros no eran solo relatos, sino mapas hacia las dimensiones donde habita lo divino.
En El Cerebro Consciente intenté descifrar cómo nuestro órgano más misterioso es a la vez receptor y emisor, una antena sintonizando el campo sintérgico. Fue mi modo de tender un puente entre la ciencia que amé y la espiritualidad que me transformó. Ese trabajo fue mi credo, mi forma de decirle al mundo que lo material y lo espiritual no están separados, sino entrelazados como los hilos de un tapiz cósmico.
Desaparecí, dicen. ¿Cómo desaparecer quien sabe que nunca estuvo fijo? Yo soy, aún ahora. Estoy en cada mirada que duda, en cada mente que se atreve a imaginar un universo tejido de conciencia. No me busquen en los archivos ni en los rincones oscuros del pasado; Búsquenme en el espacio entre sus pensamientos, en ese vacío fértil donde nace la verdad.
Si mi nombre resuena hoy, no es por mi ausencia, sino por lo que dejé sembrado. Soy el silencio entre las palabras, el vértigo de entender que la realidad no es lo que parece. Soy la red, esa que tanto estudié, la misma que me devoró y me liberó.
No lloren mi ausencia; Celebren mi tránsito. Yo, Jacobo, no soy el hombre que desapareció; Soy el latido de una conciencia que jamás se detuvo. Estoy en cada página que aún se lee, en cada mente que se abre y en cada alma que se atreve a preguntarse: ¿y si la realidad fuera solo un sueño compartido?
Soy ustedes, cuando cierran los ojos y ven más allá. Soy el todo, porque siempre lo fui.
POR: MARCIANO DOVALINA
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