Reflexión sobre "Las Momias de Nasca"

Bajo la vasta cúpula del cielo peruano, donde el sol teje historias de oro sobre la tierra y las sombras danzan al ritmo del viento, yacen los susurros milenarios de las momias de Nasca. En este lienzo desértico, donde cada grano de arena guarda ecos de un pasado inmemorial, las figuras reposan en su eterno lecho, abrazadas por la tierra que las vio nacer, vivir, y finalmente, descansar.

Son guardianes silenciosos de los misterios que la arena se niega a revelar, custodios de los secretos que las líneas de Nasca dibujan en la vastedad, narrando historias cosidas en el firmamento, un legado astral impreso en la superficie de nuestro mundo. Cada momia, un relato, una vida que fue, que respiró bajo el mismo sol que nos alumbra, que caminó sobre la misma tierra que hoy pisamos.

Envueltas en los ropajes de la eternidad, nos hablan de un tiempo en que la humanidad se fundía con lo divino, donde cada figura tallada en la tierra era un puente entre los mortales y los dioses, un diálogo entre el cielo y la tierra. En su inmóvil quietud, nos recuerdan la fragilidad de nuestra existencia y la profundidad de nuestras raíces, entrelazadas en el tejido del cosmos.

Ellas, que una vez miraron las estrellas con ojos llenos de preguntas, ahora son las estrellas que guían a los buscadores de misterios, los soñadores, los poetas que en el silencio de la noche buscan respuestas en el brillo eterno de los astros. En su abrazo con la tierra, se convierten en puentes entre los mundos, susurros de un tiempo en que el hombre y la naturaleza conversaban en un lenguaje olvidado, sus voces llevadas por el viento, narrando la grandeza de una civilización que supo leer el cielo.

En su quietud, nos invitan a reflexionar sobre nuestra propia mortalidad, sobre el legado que dejaremos para las generaciones futuras, sobre el ciclo eterno de la vida, la muerte y la reencarnación. Las momias de Nasca son poesía desecada, una oda a la vida que trasciende el tiempo, un recordatorio de que, aunque nuestros cuerpos puedan regresar al polvo, nuestras historias, nuestras almas, son inmortales, eternamente tejidas en el tapiz del universo.

Y así, en este rincón sagrado del mundo, donde la historia se funde con el mito, nos enseñan que la muerte no es el fin, sino un nuevo comienzo, una transición hacia una existencia más allá de lo visible, donde el espíritu libre vuela sobre las líneas del destino, eternamente unido al misterio de la vida.

                  Marciano Dovalina

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