Oda a la Fertilidad Humano/Extraterrestre
En el corazón del Museo Alistea, entre susurros de la antigüedad y ecos del mañana, yace una enigmática pieza de obsidiana plata, guardiana de secretos milenarios y portadora de misterios cósmicos. Esta joya de la creación, con su dualidad escultural, se alza como un puente entre dos mundos, dos realidades entrelazadas por el mismo hilo de la existencia.
Desde un ángulo, se revela en su forma más terrenal, un símbolo fálico, emblema de la fertilidad humana, raíz de nuestra perpetua danza en la cadena de la vida. Este aspecto esculpido en la piedra, refleja el impulso primordial, la esencia misma de la creación y la continuidad de nuestra especie. Es un homenaje a la fuerza vital que recorre nuestros cuerpos, un recordatorio de nuestra conexión intrínseca con la naturaleza y su ciclo inquebrantable.
Al girar la pieza, el espectador se encuentra frente a frente con lo inimaginable: un ser alienígena en pose de meditación, una representación de la fertilidad extraterrestre, de posibilidades infinitas más allá de nuestro entendimiento. Este ser, tallado con la misma precisión y cuidado, nos invita a contemplar la existencia de vida más allá de nuestro limitado horizonte, a reconocer la presencia de lo divino en todas sus formas. En su meditación, el alienígena simboliza la calma en medio del caos cósmico, la búsqueda de conocimiento y sabiduría en el silencio del universo.
Esta obra, entonces, se convierte en un canto a la dualidad de la existencia. La obsidiana, en su brillo plateado, captura la luz y la oscuridad, la materia y el espíritu, lo conocido y lo desconocido. Nos habla de la fertilidad no solo como la capacidad de dar vida, sino también como la capacidad de generar ideas, civilizaciones, mundos. Es un recordatorio de que la creación es un acto compartido, un diálogo constante entre lo tangible y lo etéreo, entre la humanidad y el vasto universo.
En la contemplación de esta pieza, somos llevados a reflexionar sobre nuestra propia existencia, sobre los lazos que nos unen a lo desconocido. Nos recuerda que somos parte de algo más grande, que nuestra historia está entrelazada con las estrellas y que, en la vastedad del espacio, puede haber otros contemplando el cielo, quizás con las mismas preguntas, buscando a sus hermanos cósmicos.
El Museo Alistea, al albergar esta pieza, no solo preserva un objeto de inestimable valor artístico y cultural, sino que también custodia una puerta hacia la comprensión de nuestro lugar en el cosmos. En su silencio, la obsidiana plata nos habla, narrando historias de creación y conexión, de humanidad y lo divino, invitándonos a mirar más allá de lo visible y a encontrar en nosotros mismos la chispa de lo infinito.
Así, esta pieza se convierte en un faro de luz en la búsqueda del entendimiento, un símbolo de la unión entre el cielo y la tierra, lo humano y lo divino, la vida aquí y más allá. En su presencia, somos testigos de la maravilla de la creación, un espectáculo sin fin que se despliega tanto dentro como fuera de nosotros, un recordatorio perpetuo de que, en el gran tapiz del universo, todos venimos del mismo lugar.
Marciano Dovalina
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