La Vida muere antes de Nacer



En una burbuja de oscuridad cálida, donde el tiempo se mide en latidos y los sueños flotan libres, un niño se encuentra en la antesala de la existencia. No conoce el sol, ni ha sentido el viento, pero ya conoce el amor en la vibración de un corazón cercano, y el miedo, en la sombra de un destino incierto.

A dos minutos de un pequeño cuerpo cercenado, en el borde de un mañana que tal vez nunca llegue, el niño siente una perturbación en las aguas que lo rodean. Una decisión se cierne sobre él, más grande que la noche, más profunda que el mar en el que flota. En este instante, el niño, a pesar de su inocencia, entiende el peso del mundo.

"¿Por qué lucho?", se pregunta, sin palabras, en el idioma universal de la esperanza. "¿Por qué deseo abrazar la luz que nunca he visto, respirar el aire que nunca he probado?" La respuesta viene en el eco de su propia pregunta, un susurro en el agua: "Porque vivo. Porque cada chispa de existencia es un grito hacia el infinito, una declaración de ser."

Con cada latido, el niño lucha, no con brazos o piernas, sino con su esencia misma. Se aferra a la vida con una fuerza que sorprende, que conmueve, que desafía. En su pequeño ser, en ese instante eterno, lleva consigo el deseo de todo lo que podría ser.

"Madre," llama, en la sinfonía silenciosa de emociones, "sé que el mundo es grande y que el dolor es profundo. Pero aquí, en este oscuro comienzo, te ofrezco mi luz. Aunque pequeña, aunque temblorosa, es tuya."

La lucha del niño es una danza silenciosa, una obra de arte tejida en el lienzo del destino. No sabe si sus deseos pueden cambiar el curso de los ríos, si su voluntad puede mover montañas. Pero en este momento, a dos minutos de un final que se cierne como una tormenta, elige creer en el poder de un inicio. 

El universo observa, reteniendo su aliento, mientras un niño pequeño y sin nombre se convierte en el héroe de su propia historia. No hay armaduras brillantes ni espadas afiladas en esta batalla; solo un corazón palpitante.

Y entonces, en el último segundo, cuando todo parece perdido (a punto de sentir ese baile de cuchillos perforando su pequeño cuerpecito) el destino se inclina, tocado por la pureza de una lucha que es, en su esencia, la esencia misma de la vida. El abismo retrocede, y el mañana se abre como una promesa, un regalo envuelto en el misterio de lo que está por venir.

La madre, dice stop por un segundo, en aquella lúgubre sala de quirófano. El niño, aún en el vientre, aún en el umbral entre ser y no ser, sonríe en su sueño de agua. Porque en su lucha, ha recordado al mundo algo que a menudo olvida: que cada vida es un milagro, una historia esperando ser contada, una luz que brilla en la oscuridad, desafiando la noche.

Dos segundos después, el grito de la madre es inminente, - hágalo Ya… y la vid muere antes de nacer.  

                        Marciano Dovalina

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