Reflexión sobre la desunión Ufólogica.
En el corazón palpitante del cosmos, donde los secretos se despliegan en la oscuridad como nebulosas en el parto de estrellas, la ufología se erige como un faro de enigmas. Pero, en esta búsqueda de lo incomprensible, el alma humana a menudo se desgarra, no por el hambre de lo desconocido, sino por la vorágine de nuestra propia desunión. Como naves errantes, perdemos el rumbo en la tormenta de nuestras discordias, olvidando que navegamos el mismo mar estelar, en busca de un puerto común de entendimiento.
Aquí, en la frontera de nuestro conocimiento, la falsedad se enreda como lianas en la selva oscura de nuestra coexistencia, estrangulando la verdad antes de que pueda respirar libremente bajo el cielo infinito. Los muros que levantamos, piedra sobre piedra de sospechas y mentiras, no solo nos separan de las verdades allá afuera, sino también los unos de los otros, creando abismos más profundos que los vacíos entre las galaxias.
La crueldad, ese látigo frío y despiadado, se ciñe sobre la espalda de los valientes, aquellos que osan soñar con descubrir lo indescubierto. Se despedazan los legados con la facilidad con la que una estrella cae del cielo, olvidando que cada estrella, cada ser, brilla con luz propia en este vasto universo de posibilidades.
En la creación de grupos, vemos el reflejo de nuestra fragmentada sociedad, espejos rotos que reflejan nuestra tendencia a dividirnos en vez de unirnos. Cada facción, cada secta, se aferra a su fragmento de verdad como si fuera el todo, olvidando que la verdad, como el universo, es vasta, multidimensional y eternamente inexplorada.
Los grupos se asechan, islas en la inmensidad del espacio, cada una clamando poseer la única verdad, esa esquiva joya celestial. Pero en esta división, ¿qué perdemos? Fragmentamos la belleza de lo misterioso, partimos en pedazos el espejo que reflejaría la totalidad de nuestro cosmos, dejándonos solo con pedazos cortantes de lo que podría ser un entendimiento unificado.
La envidia se convierte en la moneda de cambio, el arma elegida para descalificar y destruir no solo las carreras sino las almas de aquellos que se atreven a disentir, a soñar diferente. En este juego de deshonra, olvidamos que al intentar extinguir la luz de otro, solo oscurecemos nuestro propio cielo, privándonos de las innumerables luces que podrían brillar juntas en la oscuridad.
Y sin embargo, en medio de esta desolación autoinfligida, surge la posibilidad de reflexión. ¿Podremos, acaso, mirar más allá de nuestras disputas terrenales, y ver en el otro no un rival, sino un compañero de viaje en este inmenso viaje cósmico? La ufología, en su esencia, nos desafía a expandir nuestros horizontes, a reconocer que en la vastedad del universo, nuestras querellas son meros susurros en el viento solar.
Este es el llamado a una nueva era de exploradores, no solo del espacio, sino del alma humana. A encontrar en la adversidad la fuerza para unirnos, a ver en cada discrepancia no un motivo para la separación, sino una oportunidad para el crecimiento conjunto. En la inmensidad de lo desconocido, tal vez aprendamos finalmente que la única verdad que vale la pena descubrir es la que nos une, en nuestra vulnerabilidad, en nuestra curiosidad, en nuestra indomable esperanza de encontrar nuestro lugar en el cosmos.
Así, en este campo estelar de sueños y peleas, recordemos que somos, todos, hijos del universo, tejidos del mismo polvo cósmico, explorando juntos los misterios de nuestra existencia. En la ufología, como en la vida, puede que nuestro mayor descubrimiento no sea un alienígena lejano, sino la comprensión y la aceptación de nosotros mismos y de los demás, en este viaje compartido a través de la eternidad.
Marciano Dovalina
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